Soraya Soto

Mi amigo emplumado, mi querido colibrí.

Como saben, la operación en mi espacio chocolatoso comenzó en julio del 2008, paulatinamente comenzaron a llegar clientes nuevos y también nuevas amistades.

Desde entonces mis jornadas chocolatosas se han forjado entre muchas charlas e historias compartidas entre los aromas, sabores y texturas del chocolate. Pero un día inesperado, a los pocos meses de haber abierto La Trufería de Soraya Soto, recibí la visita de una presencia que me impactó enormemente y que desde entonces se ha convertido en mi compañero entrañable, inspirador y muy querido: mi colibrí, “el ave de las mil alas” como le llamó mi pequeña hija.

El colibrí siempre me pareció un animalito hermoso pero realmente nunca, nunca me imagine que algún día podría llegar a tener contacto físico con él y mucho menos una conexión tan extraordinaria en la que al pasar de los años en mi chocolatería se hace presente con su espléndida energía que me llena de paz, de ternura y de alegría. A veces se mete sin que lo note, mientras estoy distraída, se acerca a mi rostro y con su suave zumbido percibo como si me llamara como si me saludara, se acerca tanto a mi rostro que a veces siento el aire que generan sus pequeñas, veloces y fuertes alitas. En otras ocasiones se mete sin que lo note y deja plumitas, quiero pensar que sólo como un aviso de que ha pasado a saludarme.

A veces me detengo e intento racionalizar por qué se mete a la chocolatería, por qué se acerca tanto a mi, por qué a veces simplemente llega sigiloso y se posa en mi mano… realmente hasta el día de hoy, después de más de 12 años que cuento con su presencia aún no lo sé… pero ya entendí que hay ocasiones en las que no hace falta entender-racionalizar nada, simplemente debemos permitirnos sentir, vibrar, conectar para que sea a través de nuestro instinto de nuestro corazón, de nuestros sentidos y sentimientos que comprendamos que somos más que un cuerpo físico y que en lo etéreo, en esa zona que aparentemente no vemos también está nuestra presencia expandida unida a lo divino. Estoy segura de que Dios nos habla de muchas formas, de que la naturaleza es una mera expresión divina que a veces pasamos desapercibida por andar distraídos en lo vertiginoso de la vida material actual. Detenerme a contemplar con todos mis sentidos la energía excelsa de tan “pequeñita” ave me ha llevado a reconsiderar lo subjetivo que puede ser el termino “pequeño”. Cuando percibo a esta ave la re-descubro con una energía muy poderosa, muy amorosa, alegre, muy fuerte lleno de ternura y paz.

Si bien siempre, desde pequeña he sido una amante observadora de la naturaleza, del comportamiento de los bichitos, de los animales, de las plantas ha sido el colibrí quien me ha mostrado a través de su comportamiento y acercamiento cuan generosa es la vida, cuan valiosa es la amistad y el abrazo de los nuestros en los mejores y en los peores momentos de nuestras vidas. De mi querido colibrí he aprendido lo increíble de atreverme a hacer visible lo invisible, de valorar lo hermoso que es saberte bien acompañada y abrazada por presencias tan auténticas y reales como la de él.

Con esta emplumada experiencia he aprendido que esto no es mera locura mía, que simplemente es una forma libre y personal de percibir y vivir la vida en la que simplemente he integrado a mi ser de forma natural, en un contexto tan armonioso y equilibrado, a la naturaleza así como al mismo cacao sagrado que diariamente trabajo con mis manos y todos mis sentidos…Sí, en mi entorno chocolatoso, el de La Trufería de chocolate de Soraya Soto he aprendido a crear y a vivir en un entorno tan real, tan encantador, tan “mágico”, tan libre y natural que a veces parecería inverosímil pero créanme no lo es; es tan real como tú y como yo; solo que me he permitido “valientemente” abrirme a “ver” y a experimentar eso que a veces no queremos ver, sentir, escuchar, oler, tocar…Si, estoy comprendiendo que los humanos si somos una verdadera creación divina pero de repente no nos la creemos, nos desconecta la complejidad de nuestras vidas pero con darnos permiso de contemplar por un momento la naturaleza nos volvemos conectar con la fuente divina y con lo mejor de lo humano.

¡Bendito chocolate mío de todos los días! Soraya Soto. Artesana mexicana del chocolate.

Publicado por Soraya Soto

Navidad 2020 – Bienvenido 2021

¡Gracias infinitas por acompañarnos en esta peculiar jornada chocolatosa durante este año 2020! Sin duda, una año diferente para todos.

Las circunstancias actuales nos han retado a integrarnos a este surrealista momento de pandemia. Desde mi mundo, desde mi “filtro chocolatoso”, el de La Trufería de chocolate de Soraya Soto, observo que cada uno con su “magia única” estamos tratando de encontrar nuevamente el camino, la belleza y la gratitud en lo que nos rodea, pero sobre todo estamos tratando de estar lo más PRESENTE posibles y al pendiente de nuestros seres queridos.

Ciertamente estos tiempos de pandemia nos muestran retos durísimos y dolorosos a veces, pero ambiguamente también la calidez y compasión de muchas personas que se tienden la mano entre si, que con su ejemplo inspiran a salir adelante, que inspiran a querer ser mejores humanos.

Es ahora, tal vez que estoy entendiendo que sí, que nosotros somos los otros. Somos espejos. Percibir el vínculo que generamos al vernos en el otro nos permite rescatarnos los unos a los otros. La otredad siempre enriquece, siempre aporta.

¡Sigamos cuidándonos entre todos! Después de todo, es el espíritu humano, nuestra fuerza de voluntad, y nuestra capacidad de trabajo, con lo que se consiguen grandes obras. El mérito está realmente dentro de nosotros.

Deseo que en estos días por venir pronto podamos abrazarnos y estar aún más cerca, que nuestra brújula sea la alegría, el amor, la compasión y la buena voluntad para crear un mejor mundo para todos.

Les deseo felices fiestas y un prospero año 2021 . Anexo video

Publicado por Soraya Soto
Siempre es un buen momento para volver a comenzar…

Siempre es un buen momento para volver a comenzar…

En mi nota anterior les comenté que fue durante mi encuentro con el chocolate cuando un buen día decidí romper mi “estructura” y comencé a diseñar mi nuevo proyecto de vida. Fue entonces que comprendí que sentirse bien sería el mejor lugar y el mejor momento para volver a comenzar… y qué mejor que esto sucediera cobijada de los aromas, sabores, texturas, idioma y magia del sagrado cacao.

Aún dando vueltas en mi cabeza la idea de “cómo lo lograría sin capital $” pero con tantas ganas de hacerlo, materializarlo… comenzaron a suceder las personas, la magia en mi camino…

De entre esas personas hubo una muy querida y apreciada, mi amiga Adriana, quien un día se acercó para ofrecerme apoyo económico para que de una vez por todas echara a andar mi proyecto chocolatoso; élla era de esas pocas personas que atestiguó durante años este gran anhelo mío. Insistió en varias ocasiones, me ofrecía diversas posibilidades: asociarnos, crédito, etc… pero en ese momento yo aún tenía muchos miedos, tenía miedo de que no funcionara y de que élla terminara perdiendo su capital; después de todo sería un proyecto nuevo, retador para mi y no tenía la seguridad del éxito de éste.

Aunque yo me sentía decidida a materializarlo, sabía que de una u otra forma se presentaría la posibilidad de lograrlo sin poner en riesgo el capital de mi amiga y menos poner en riesgo mi amistad con élla. Mas personas se acercaban creyendo en mi, en mi proyecto, tratando de impulsarme.

¡Aaaaaah pero que testaruda era, realmente estaba llena de dudas y miedos! Con el pasar de los años lo veo, y por supuesto que sigo muy agradecida con esas personas que aún siguen impulsándome y acompañándome tan desinteresadamente en mi camino chocolatoso y personal para sumar, para compartir vida. Hoy pienso que gracias a todos éllos, a su “empujoncito” me aventé a la “alberca de los lagartos” y logré cruzar descubriendo que tales “lagartos” (“mis miedos”) no existían, que eran infundados.

Pasaron los días, seguía reconciliándome con la vida, la idea seguía rondándome, empujándome, invitándome a simplemente hacerlo, a pensar menos y a actuar, a lanzarme, a CONFIAR Y A DEJAR QUE SUCEDIERA LA VIDA…

¡De pronto en esos días el recurso llegó $!… No, no sucedió a través de algún socio capitalista, simplemente hice que sucediera, y creo que sííííí que por supuesto aquí Dios “metió su cuchara”. Contaba ya con un capital muy muy muy reducido para lograrlo. Por supuesto que esto no me desanimó, al contrario, el proyecto se presentaba aún más retador y eso… me encantó. Parecía que me habían oprimido el botón de “ON”. Inesperadamente el ímpetu, la creatividad y la alegría se potencializaron y me abrazaron muy fuerte. Por fin, después de muchos años habría ya abierto la puerta, y entonces no habría nada ni nadie que me detuviera… ¡no, ya no!

Les confieso que en la distancia de los años, a la fecha aun no sé cómo lo hice con tan poquitito dinero, con tantas ganas e ilusión y con un corazón y un alma quebrados y en reconstrucción.

Le comuniqué a mis pequeñas hijas, a mi querida familia, a mis amigos, a mis clientes de tantos años, que abriríamos nuestra chocolatería: “La Trufería de chocolate de Soraya Soto”. Por supuesto que compartieron conmigo el gusto de por fin lograrlo. ¡Uuuuuffff mi corazón aun con tanto miedo e incertidumbre por el porvenir brincaba de tanta alegría!

Volví a sentarme para “barrer nuevamente el lápiz”, tenía que reajustar el presupuesto disponible para hacer que sucediera tan “bonito” como siempre lo anhelé. Tenía que buscar el lugar físico, el mobiliario, tendría que definir las texturas, los colores de las paredes que serían los testigos silenciosos de esta historia de amor al chocolate y del renacimiento de mi entera humanidad.

¡Sin darme cuenta seguía sucediendo la magia! El corto recurso disponible fue suficiente para lograr un muy buen arranque… la magia de Dios, la del chocolate, y la de las personas que me encontré en ese punto para lograrlo fueron eslabones claves para que ese fuese el mejor momento para volver a comenzar. Entraba a las tiendas a comprar el material (pintura, telas, enseres, etc) y mobiliario para la adecuación de mi chocolatería y les prometo, tengo testigos de que por alguna extraña razón las personas en esas tiendas, sin conocerme siquiera compartían mi entusiasmo y me ofrecían descuentos significativos en mis compras… ¿Ahora me entienden por qué digo que comenzó a suceder “magia”?

Retomé con fuerza la idea de que soñar no era algo cursi. Después de todo la vida me estaba mostrando que la irrealidad (soñar) es el origen de la creación de las ideas, que yo podía lograrlo y que en ese momento me lo estaba recordando.

Mi vocecita interior me repetía clara y contundentemente: “Trabaja, no pares, sueña con los ojos abiertos, con los pies en la tierra, pensando que algún día tus sueños atraparán tu realidad”… y así ineludiblemente ha venido sucediendo día a día.

Sin embargo, no todo fue del todo tan plano y llano como aquí escribo. Una vez que comencé a montar el espacio físico para crear y aterrizar lo que fue mi idea de negocio, a unas pocas semanas de abrir mientras pintaba las paredes de mi chocolatería, la vida me puso una fuerte prueba y me detuvo a replantearme si debía seguir adelante con la apertura de un negocio que parecía muy incierto… pero estas serán tal vez, las letras de otra nota.

Nota al margen. Siendo honesta, revelo que este se ha convertido en algo más que un simple texto. Es acaso una mera narrativa simbólica de una mera expresión personal catártica que emerge después de los años, después de los daños de un ser humano que sin más aprendió a expresarse, a vibrar, a sentir, a conciliar, a escuchar, a compartir, a vivir, a coexistir, a sanar, a amar y a trascender su ser y su alma a través del más puro y delicado aroma, sabor, textura y sutil magia del bendito chocolate mío de todos los días.

Texto tomado del escritorio de Soraya Soto. Artesana mexicana del chocolate.

Publicado por Soraya Soto
“El día que por primera vez intenté trabajar (domar) el chocolate”

“El día que por primera vez intenté trabajar (domar) el chocolate”

Desde muy pequeñita, desde mis más infantiles recuerdos me ha FASCINADO el chocolate. Degustarlo me provoca la explosión de todas mis papilas gustativas y olfativas, me invita a relajarme, a detenerme por un momento en este mundo ajetreado, siempre siempre me invita a silenciar aún con el bullicio alrededor para atrapar ese delicado momento de disfrute.

Hace muchos años, durante mi infancia cuando queríamos disfrutar de un buen chocolate solíamos conseguirlos en la ciudad de México, ni en Tampico, ni en Celaya, ni en Querétaro (en dónde viví parte de mi infancia-adolescencia) ni siquiera existían lugares especializados en su elaboración.

Recuerdo que mi padre viajaba mucho por su trabajo y casi siempre regresaba cargado de enormes dotaciones de chocolates para la familia. Compraba cajas de un kilo de cada sabor de los que nos gustaban, se guardaban en el refrigerador y nunca, nunca, nunca hubo límites o restricciones para que comiéramos la cantidad de chocolates que quisiéramos. Uuuufff como niña esta era la mejor parte: comer chocolates libremente del sabor que quisiera, y en el momento en que se me antojara yuuuuumiiiii ¡Qué festines!. Creo que mis padres influyeron mucho en el gusto que hoy tengo por el buen chocolate.

Afortunadamente nunca sufrí de sobrepeso, es más, eso de que el chocolate engorda es un “reverendo” chisme jajajaja. Algún día, en alguna otra nota ampliaré esta observación.

Pasé mis años de infancia también disfrutando aquellos deliciosos chocolates que en antaño había en el mercado nacional, de aquéllos que realmente se elaboraban con chocolate. En mi adolescencia fui afortunada ya que no falto el chico amable que me regalara un buen chocolate.

En ocasiones tuve la oportunidad de pasar por algunas tiendas especializadas en la elaboración de “chocolate”, me asomaba por las espléndidas vitrinas llenas de piezas y figuras hermosas de chocolate, entraba y aspiraba el peculiar aroma, elegía y compraba las piezas… pero desafortunadamente en algunas ocasiones cuando probaba el chocolate se acaba todo, todito el encanto, que tristeza el chocolate era de baja calidad.

En mi etapa adulta era difícil conseguir un buen chocolate en las tiendas de conveniencia de mi localidad, así que un buen día decidí que aprendería a preparar mis propios chocolates para no tener que viajar para conseguir un buen chocolate… Jajajajajaja No sabía en la que me metía pero después de años, como ustedes comprenderán realmente amé haberlo hecho.

En esas épocas busqué en los libros viejos de mi mamá alguna receta chocolatosa, técnicas que me enseñaran cómo trabajar el chocolate, busqué en internet recetas, encontré miles, y también otras mil formas para trabajarlo. No sabía ni por donde comenzar, lo primero que leí fue que el chocolate era muy delicado y difícil de trabajar… y yo con mi mínimo “expertise” y afición por la cocina en general supuse que sería un gran reto personal.

Comencé por aprender a olfatearlo, a degustarlo, a sentirlo, a escucharlo como nunca en mi vida…los primeros temperados fueron desastrosos. Durante esos “pininos” tratando de reconocer a este sagrado elemento: el cacao, lo quemé muchas veces, una vez que mi paciencia se agotaba terminaba tirándolo a la basura, una y otra vez. Comprendí entonces que el paso número uno para poder trabajarlo sería trabajar en mi la paciencia y la disciplina… debía primero domarme a mi misma para entonces “domar” al chocolate.

En mi extenso entrenamiento seguí tirando a la basura más chocolate arruinado. Fuimos cediendo poco a poco los dos, comenzaba a conectar con este sagrado elemento hasta que un buen día ¡Lo logré! ¡Había domado al chocolate!… pero sin darme cuenta siquiera el chocolate me domo a mi primero. Decidí entonces diseñar mi propia receta, mi propia técnica para prepararlo, me sentía un poco como “la brujita cacle cacle” armando mi propia receta, la que explotaría todos, todititos mis sentidos… Estaba descubriendo una pasión que desconocía entonces: trabajar, fluir y sensibilizarme con el chocolate.

Comencé por prepararlo para el disfrute de mi chocolaterísima familia. Desde entonces, los ingredientes que selecciono para crear mis piezas chocolatosas son seleccionados con mucho detalle y cuidado. Seguí por compartir y regalar a mis amistades. Con el pasar del tiempo mis amistades y familiares me hacían pedidos especiales para regalar. Siempre disfrutaban tanto mis chocolates como los “locos” pero padrísimos empaques que armaba para éstos.

Pasaron los años y recuerdo bien que una buena noche, después de un ajetreado y arduo día mientras mi familia ya dormía, y que por fin tenía el tiempo tan esperado para dedicarme a la lectura de un libro que me mantenía atrapada entre sus profundos textos que versaban acerca del concepto del sincro-destino y que por momentos me apartaban del reservado e incómodo bullicio que había en ese entonces dentro de mi ser inquieto. Fue en la quietud de esa profunda noche estrellada, en la que sólo se escuchaba el suave y armónico grillar en el jardín que decidí atender y descifrar el disturbio en mi alma. Mi vida requería cambios radicales, colores, luz, decisiones, riesgos, alegría, me requería de vuelta… y fue en ese momento en el que decidí comenzaría a retomarme y a rediseñar mi camino…

Esa noche dejé a un lado la lectura, encendí mi computadora y comencé por primera vez a escribir mi nuevo proyecto que me llenaba de tanta inspiración, que me invitaba a soltar la imaginación, el del chocolate (así le llamé en aquel entonces, el que HOY después de casi 20 años después, es mi querida Trufería de chocolate de Soraya Soto). Recordé esas largas noches mientras estudiaba mi carrera en las que diseñé para mis proyectos finales, un sin fin de planeaciones y estrategias para crear negocios de diferentes índoles y ramas.

Mientras escribía y “aterrizaba” mi plan de negocios chocolatoso sentía como cada célula en mi revivía, sonreía, me emocionaba, me alegraba sólo de imaginar la realidad de ese proyecto que comenzaba ya a oler, a tener sabor, a tener colores, a vibrar… El chocolate que yo haría sería exquisito, lo prepararía artesanalmente, con mi inspiración, con la soltura total de mis mejores emociones, yo no vendería chocolate “bonito” como el de esas vitrinas que a veces visitaba, yo vendería chocolate de buena calidad, rico, sin colorantes, sin conservadores, para esto había pasado ya tanto tiempo diseñado mis propias recetas y técnicas. Después de todo, para una amante del chocolate como yo qué mas da si el chocolate es “bonito y colorido” si a mi lo único que me importa es que simplemente sea chocolate, que sea delicioso, que sea buen chocolate. Duré largas noches creando el concepto, rediseñándolo, “soñándolo” una y otra vez. Llegar al aspecto financiero de mi proyecto me detuvo en ese momento; no contaba con el recurso financiero para materializarlo, ni con mayor apoyo que mis personales ganas de lograrlo. ¡Qué triste! Pensé: Algún día lo haré… algún día, cuando sea millonaria. Tomé mi proyecto y lo guardé en la cajita de los “sueños pendientes”. Siiiii, fue triste para mi.

Sin embargo, atendí al rediseño de mi persona, en todos los aspectos imaginables.

Seguí elaborando mis chocolates para mi familia y amistades, en las épocas navideñas los vendía en el bazar navideño de la escuela en donde estudiaban mis pequeñas hijas, así personas nuevas conocían mi producto y durante el año hacían sus pedidos especiales.

La vida siguió y me mantuve dedicada a mi familia y a mi rediseño personal pero llegó el momento en el que determinantemente quería y debía regresar al ámbito laboral (después de aprox. 4 años). Regresar a buscar una oportunidad en la industria bajo mi perfil profesional no era del todo lo que deseaba pero algo así como mi vocecita interna me decía que en ese momento por ahí no era.

Siempre tuve presente aquel proyecto guardado del chocolate, siempre platicaba de él con la gente muy cercana a mi… y terminaba diciendo: Algún día, algún día lo haré… cuando sea millonaria.

Fue entonces que la idea de materializar mi querida chocolatería rondaba todo el día por mi cabeza, en ese momento estaba llena de inseguridades, de miedo, enfrentaba una situación personal compleja, sin recursos económicos para hacerlo pero afortunadamente estaba llena de gente entusiasta, amorosísima y que una y otra vez mi impulsaron a volver a creer en mi…

Desde que era estudiante, emprender mi propio negocio era algo que llamaba mucho mi atención.

Estaba retomándome y sentía mucha fuerza interior para hacer las cosas diferentes, para retarme… aún con mis grandes miedos, aún con el miedo a fracasar.

Así que un buen día me envalentoné y decidí nuevamente sacar de aquella cajita de los sueños mi proyecto del chocolate, lo desempolvé, lo abracé, lo reajusté a mi nueva yo, más que nunca deseaba con todo mi corazón hacerlo realidad. Decidí que en esta ocasión me permitiría hacerlo realidad, que iba por mi y por mis hijas.

¿Y por dónde comenzar?

Rotundamente pensé que primero haría todo lo posible por realizarlo y que si después de hacer todo lo posible aún no funcionaba, entonces haría todo lo imposible para materializarlo. Por fin daría vida a mi propio concepto de negocio y marca, y sería esto parte importante de mi nueva línea de vida.

…peeeero debía ubicarme en mi realidad y como todos sabemos para comenzar un negocio ineludiblemente se requiere capital $, y definitivamente no contaba con este. ¡Noooo qué va, no era millonaría como pensaba debía ser para comenzar mi propio negocio! ¡Uffff qué desánimo!… pero mi vocecita interna no paraba de decirme, tal vez hasta de gritarme que no volviera a guardar mi proyecto, que debía intentarlo…

Sin recursos económicos en ese momento no encontraba la forma de comenzar. Recuerdo que en algún instante me senté a hablar con Dios y le pedí su ayuda, su guía. Estoy segura de que Dios me escuchó y estoy segura de que “metió su cuchara” para que comenzaran a suceder las personas, las cosas, las posibilidades…

Lo que sigue, la magia de Dios, la del chocolate, la de desear con el corazón que sucedan las cosas será parte de la siguiente nota…

Textos tomados del escritorio de Soraya Soto. Artesana mexicana del chocolate.

Publicado por Soraya Soto
Hola! Bienvenido, dentro descubrirás los cálidos sabores, aromas, texturas y magia de nuestro exquisito chocolate artesanal, el de La Trufería de chocolate de Soraya Soto®.

Hola! Bienvenido, dentro descubrirás los cálidos sabores, aromas, texturas y magia de nuestro exquisito chocolate artesanal, el de La Trufería de chocolate de Soraya Soto®.

Existen en nuestro país un sin fin de lugares que surgen de los sueños, de la inspiración e ímpetu de personas que buscan crear y compartir un mejor mundo para todos. 

Esta es la historia de un especial espacio chocolatoso en donde desde el año del 2008 convergen los sueños y buenas voluntades de una artesana amante del chocolate. En este peculiar espacio se escriben diariamente historias llenas del susurro y magia del chocolate; historias que se entretejen entre el espíritu de La Trufería de chocolate de Soraya Soto®  y la alegría, esperanza, creatividad y corazón de las personas que nos visitan desde entonces.

Y sí, todos tenemos nuestra historia… 

Algunos hemos vivido ese momento en el que inesperadamente nos damos cuenta de que hemos extraviado el rumbo, el sentido de vida, ese momento en el que caemos en cuenta que estamos siendo eso que uno realmente no quiere ser, en el que nos percatamos de que nos hemos perdido a nosotros mismos; así hace muchos años, precisamente un día me descubrí; fue triste, duro, de momento desolador. Sin embargo, elegí que ese fuera un punto de inflexión en el que mi realidad me confrontó a lo más profundo, humano, surrealista, aburrido, odioso, increíble, amoroso, divertido y absurdo de mi ser. Realmente mis emociones eran un enredado nudo. 

¿Pero cómo salir de este nudo? En ese momento no tenía ni idea, es más, acepto que aún a veces creo que sigo sin tenerla pero aun así sigo caminando. En ese momento aprendí que para cambiar el rumbo a veces hay que pensar poco y sentir más, dejar de lado el “deber ser” y me permití simplemente ser, vibrar más en la sintonía de mis emociones, escuchar el susurro del corazón y accionar en consecuencia haciendo a un lado los miedos para permitir que tarde o temprano la felicidad me descubriera “desplegando las alas y volando” sabiendo que tal vez caería pero asegurando que por lo menos ya no permanecería en el mismo lugar al que ya no pertenecía. Advertí también que la capacidad de soñar sería mi mejor inspiración para descubrir mis alcances, para descubrir las bondades del Universo, para reconocer lo más sublime y significativo de esa divina humanidad de la que tanto se habla y se dice que todos tenemos. 

Así pues, terminé por aceptar mi naturaleza romántica, soñadora, apasionada, obstinada, inquieta, curiosa, disruptiva y hasta juguetona. Acepté que mi imperfección, para bien o para mal, era parte de mi valiosa distinción; discerní entonces que la diversidad es inherente a lo humano y que estas distinciones son las que dan fuerza a la humanidad para lograr los sueños de todos. Y entonces más que nunca deseé soñar y permitirme ser yo con toditos mis defectos y virtudes. 

Sin saberlo, ese momento era el principio de un fin, pero el inicio de una historia que no imaginaba viviría en mis 30´s. En ese momento sólo quería liberarme, re-descubrirme y asombrarme del mundo nuevamente, comencé entonces a jugar y a seducir a la vida, me di la oportunidad de cometer errores, de aceptarme vulnerable pero vibrante a lo nuevo, tratar de vivir un día a la vez, comenzaba a sentirme nuevamente viva para activar y honrar mis sueños con mis acciones.  Comprometerme con mis ideales y valores fue determinante para comenzar a domar ese ímpetu que se me despertó por renacer. 

En el ámbito profesional, retomar y regresar a trabajar en la industria bajo mi perfil de licenciada en comercio internacional, tal como lo hice anteriormente no era del todo mi más anhelada meta. Deseaba con todo mi corazón emprender y materializar aquel proyecto que diseñé muchos años atrás el que guardé mucho tiempo en “la cajita de los sueños”, el del chocolate, ese que mientras creaba y plasmaba en el papel me hacía sentir todos los sentidos vibrantes y el corazón palpitante, el que cada vez que incursionaba en la profunda investigación de nuestros ancestros prehispánicos me llevaba a sentirme muy entusiasmada de conocer aquella gran sabiduría y cosmovisión de los mayas y aztecas de nuestro país.

En la búsqueda de mi misma me reencontré nuevamente con mi más leal compañero de vida, ese que siempre ha estado conmigo en las buenas y en las malas, el que me ha llevado una y otra vez a reencontrar mis sentidos, mis sensaciones y hasta lo mejor de mis emociones: El bendito chocolate mío de todos los días.  En ese crucial momento de mi vida en el que mi corazón y mi alma estaban “quebrados”, y yo era una persona sin colores, fue tal el impacto de saborear un delicioso chocolate mientras intentaba entender mi nuevo rumbo, que entonces decidí que aprendería a escuchar y a hablar su idioma, que aprendería a vibrar y comunicar todo aquello que en él percibo como parte de lo que es mi vida diaria.  Así que me comprometí con mi bienestar, con mi papel de mamá, con mis ideales y valores de una forma tan determinante que hoy después de casi 3 lustros estoy aquí escribiendo esta historia en el idioma que se ha convertido en mi mejor forma de comunicarme al mundo.  

Por otro lado, sin duda esta es una de tantas historias en las que inevitablemente hablar y vibrar en el idioma del chocolate salvó a una vida del conformismo y la sumisión, la mía. Suena descabellado, lo sé, pero estoy segura de que así fue: fortuitamente conecté con el espíritu del sagrado cacao, mi alma se fusionó en su sublime mensaje de paz, amistad, alegría y amor. ¡Lo sé, suena disparatado! No, no me estaba volviendo loca sólo descubrí y acepté que efectivamente existe una energía sutil que va más allá de nuestro raciocinio, que nos contacta con nuestra intuición, con esa “vocecita interna” que siempre nos cobija, nos inspira y nos guía. Y es por esto que desde entonces he creído que cuando Dios quiere salvar a un hombre de la tristeza, le manda un chocolate…lo puedo jurar, una y otra vez lo he visto, y personalmente me ha sucedido. 

Así que en el año del 2008 materialicé mi anhelo de abrir mi querida chocolatería: “La Trufería de chocolate de Soraya Soto®”, en la ciudad de Querétaro, Qro., México y es desde entonces que comienza la historia de un espacio creado con el corazón, lleno de alquimia, en el que desde entonces vivo al lado de nuestros clientes y amigos complicidades que nos conducen a entretejer sueños compartidos, llenos de texturas, colores, aromas y sabores que me invitan a creer que México es un país generoso, bondadoso y bendito, lleno de gente alegre, trabajadora, dicharachera, creativa, preocupada y ocupada por hacer del nuestro un mejor país.

Texto tomado de las notas del escritorio de Soraya Soto. Artesana mexicana del chocolate.

Publicado por Soraya Soto