Desde muy pequeñita, desde mis más infantiles recuerdos me ha FASCINADO el chocolate. Degustarlo me provoca la explosión de todas mis papilas gustativas y olfativas, me invita a relajarme, a detenerme por un momento en este mundo ajetreado, siempre siempre me invita a silenciar aún con el bullicio alrededor para atrapar ese delicado momento de disfrute.
Hace muchos años, durante mi infancia cuando queríamos disfrutar de un buen chocolate solíamos conseguirlos en la ciudad de México, ni en Tampico, ni en Celaya, ni en Querétaro (en dónde viví parte de mi infancia-adolescencia) ni siquiera existían lugares especializados en su elaboración.
Recuerdo que mi padre viajaba mucho por su trabajo y casi siempre regresaba cargado de enormes dotaciones de chocolates para la familia. Compraba cajas de un kilo de cada sabor de los que nos gustaban, se guardaban en el refrigerador y nunca, nunca, nunca hubo límites o restricciones para que comiéramos la cantidad de chocolates que quisiéramos. Uuuufff como niña esta era la mejor parte: comer chocolates libremente del sabor que quisiera, y en el momento en que se me antojara yuuuuumiiiii ¡Qué festines!. Creo que mis padres influyeron mucho en el gusto que hoy tengo por el buen chocolate.
Afortunadamente nunca sufrí de sobrepeso, es más, eso de que el chocolate engorda es un “reverendo” chisme jajajaja. Algún día, en alguna otra nota ampliaré esta observación.
Pasé mis años de infancia también disfrutando aquellos deliciosos chocolates que en antaño había en el mercado nacional, de aquéllos que realmente se elaboraban con chocolate. En mi adolescencia fui afortunada ya que no falto el chico amable que me regalara un buen chocolate.
En ocasiones tuve la oportunidad de pasar por algunas tiendas especializadas en la elaboración de “chocolate”, me asomaba por las espléndidas vitrinas llenas de piezas y figuras hermosas de chocolate, entraba y aspiraba el peculiar aroma, elegía y compraba las piezas… pero desafortunadamente en algunas ocasiones cuando probaba el chocolate se acaba todo, todito el encanto, que tristeza el chocolate era de baja calidad.
En mi etapa adulta era difícil conseguir un buen chocolate en las tiendas de conveniencia de mi localidad, así que un buen día decidí que aprendería a preparar mis propios chocolates para no tener que viajar para conseguir un buen chocolate… Jajajajajaja No sabía en la que me metía pero después de años, como ustedes comprenderán realmente amé haberlo hecho.
En esas épocas busqué en los libros viejos de mi mamá alguna receta chocolatosa, técnicas que me enseñaran cómo trabajar el chocolate, busqué en internet recetas, encontré miles, y también otras mil formas para trabajarlo. No sabía ni por donde comenzar, lo primero que leí fue que el chocolate era muy delicado y difícil de trabajar… y yo con mi mínimo “expertise” y afición por la cocina en general supuse que sería un gran reto personal.
Comencé por aprender a olfatearlo, a degustarlo, a sentirlo, a escucharlo como nunca en mi vida…los primeros temperados fueron desastrosos. Durante esos “pininos” tratando de reconocer a este sagrado elemento: el cacao, lo quemé muchas veces, una vez que mi paciencia se agotaba terminaba tirándolo a la basura, una y otra vez. Comprendí entonces que el paso número uno para poder trabajarlo sería trabajar en mi la paciencia y la disciplina… debía primero domarme a mi misma para entonces “domar” al chocolate.
En mi extenso entrenamiento seguí tirando a la basura más chocolate arruinado. Fuimos cediendo poco a poco los dos, comenzaba a conectar con este sagrado elemento hasta que un buen día ¡Lo logré! ¡Había domado al chocolate!… pero sin darme cuenta siquiera el chocolate me domo a mi primero. Decidí entonces diseñar mi propia receta, mi propia técnica para prepararlo, me sentía un poco como “la brujita cacle cacle” armando mi propia receta, la que explotaría todos, todititos mis sentidos… Estaba descubriendo una pasión que desconocía entonces: trabajar, fluir y sensibilizarme con el chocolate.
Comencé por prepararlo para el disfrute de mi chocolaterísima familia. Desde entonces, los ingredientes que selecciono para crear mis piezas chocolatosas son seleccionados con mucho detalle y cuidado. Seguí por compartir y regalar a mis amistades. Con el pasar del tiempo mis amistades y familiares me hacían pedidos especiales para regalar. Siempre disfrutaban tanto mis chocolates como los “locos” pero padrísimos empaques que armaba para éstos.
Pasaron los años y recuerdo bien que una buena noche, después de un ajetreado y arduo día mientras mi familia ya dormía, y que por fin tenía el tiempo tan esperado para dedicarme a la lectura de un libro que me mantenía atrapada entre sus profundos textos que versaban acerca del concepto del sincro-destino y que por momentos me apartaban del reservado e incómodo bullicio que había en ese entonces dentro de mi ser inquieto. Fue en la quietud de esa profunda noche estrellada, en la que sólo se escuchaba el suave y armónico grillar en el jardín que decidí atender y descifrar el disturbio en mi alma. Mi vida requería cambios radicales, colores, luz, decisiones, riesgos, alegría, me requería de vuelta… y fue en ese momento en el que decidí comenzaría a retomarme y a rediseñar mi camino…
Esa noche dejé a un lado la lectura, encendí mi computadora y comencé por primera vez a escribir mi nuevo proyecto que me llenaba de tanta inspiración, que me invitaba a soltar la imaginación, el del chocolate (así le llamé en aquel entonces, el que HOY después de casi 20 años después, es mi querida Trufería de chocolate de Soraya Soto). Recordé esas largas noches mientras estudiaba mi carrera en las que diseñé para mis proyectos finales, un sin fin de planeaciones y estrategias para crear negocios de diferentes índoles y ramas.
Mientras escribía y “aterrizaba” mi plan de negocios chocolatoso sentía como cada célula en mi revivía, sonreía, me emocionaba, me alegraba sólo de imaginar la realidad de ese proyecto que comenzaba ya a oler, a tener sabor, a tener colores, a vibrar… El chocolate que yo haría sería exquisito, lo prepararía artesanalmente, con mi inspiración, con la soltura total de mis mejores emociones, yo no vendería chocolate “bonito” como el de esas vitrinas que a veces visitaba, yo vendería chocolate de buena calidad, rico, sin colorantes, sin conservadores, para esto había pasado ya tanto tiempo diseñado mis propias recetas y técnicas. Después de todo, para una amante del chocolate como yo qué mas da si el chocolate es “bonito y colorido” si a mi lo único que me importa es que simplemente sea chocolate, que sea delicioso, que sea buen chocolate. Duré largas noches creando el concepto, rediseñándolo, “soñándolo” una y otra vez. Llegar al aspecto financiero de mi proyecto me detuvo en ese momento; no contaba con el recurso financiero para materializarlo, ni con mayor apoyo que mis personales ganas de lograrlo. ¡Qué triste! Pensé: Algún día lo haré… algún día, cuando sea millonaria. Tomé mi proyecto y lo guardé en la cajita de los “sueños pendientes”. Siiiii, fue triste para mi.
Sin embargo, atendí al rediseño de mi persona, en todos los aspectos imaginables.
Seguí elaborando mis chocolates para mi familia y amistades, en las épocas navideñas los vendía en el bazar navideño de la escuela en donde estudiaban mis pequeñas hijas, así personas nuevas conocían mi producto y durante el año hacían sus pedidos especiales.
La vida siguió y me mantuve dedicada a mi familia y a mi rediseño personal pero llegó el momento en el que determinantemente quería y debía regresar al ámbito laboral (después de aprox. 4 años). Regresar a buscar una oportunidad en la industria bajo mi perfil profesional no era del todo lo que deseaba pero algo así como mi vocecita interna me decía que en ese momento por ahí no era.
Siempre tuve presente aquel proyecto guardado del chocolate, siempre platicaba de él con la gente muy cercana a mi… y terminaba diciendo: Algún día, algún día lo haré… cuando sea millonaria.
Fue entonces que la idea de materializar mi querida chocolatería rondaba todo el día por mi cabeza, en ese momento estaba llena de inseguridades, de miedo, enfrentaba una situación personal compleja, sin recursos económicos para hacerlo pero afortunadamente estaba llena de gente entusiasta, amorosísima y que una y otra vez mi impulsaron a volver a creer en mi…
Desde que era estudiante, emprender mi propio negocio era algo que llamaba mucho mi atención.
Estaba retomándome y sentía mucha fuerza interior para hacer las cosas diferentes, para retarme… aún con mis grandes miedos, aún con el miedo a fracasar.
Así que un buen día me envalentoné y decidí nuevamente sacar de aquella cajita de los sueños mi proyecto del chocolate, lo desempolvé, lo abracé, lo reajusté a mi nueva yo, más que nunca deseaba con todo mi corazón hacerlo realidad. Decidí que en esta ocasión me permitiría hacerlo realidad, que iba por mi y por mis hijas.
¿Y por dónde comenzar?
Rotundamente pensé que primero haría todo lo posible por realizarlo y que si después de hacer todo lo posible aún no funcionaba, entonces haría todo lo imposible para materializarlo. Por fin daría vida a mi propio concepto de negocio y marca, y sería esto parte importante de mi nueva línea de vida.
…peeeero debía ubicarme en mi realidad y como todos sabemos para comenzar un negocio ineludiblemente se requiere capital $, y definitivamente no contaba con este. ¡Noooo qué va, no era millonaría como pensaba debía ser para comenzar mi propio negocio! ¡Uffff qué desánimo!… pero mi vocecita interna no paraba de decirme, tal vez hasta de gritarme que no volviera a guardar mi proyecto, que debía intentarlo…
Sin recursos económicos en ese momento no encontraba la forma de comenzar. Recuerdo que en algún instante me senté a hablar con Dios y le pedí su ayuda, su guía. Estoy segura de que Dios me escuchó y estoy segura de que “metió su cuchara” para que comenzaran a suceder las personas, las cosas, las posibilidades…
Lo que sigue, la magia de Dios, la del chocolate, la de desear con el corazón que sucedan las cosas será parte de la siguiente nota…
Textos tomados del escritorio de Soraya Soto. Artesana mexicana del chocolate.